En algún momento de nuestra vida pasamos por el amargo
malestar de que alguna relación que apreciábamos mucho ya deja de existir en
nuestro aquí y ahora. A veces es porque nosotros mismos nos damos cuenta de que
la toxicidad de esa relación ya no nos trae nada y decidimos salir corriendo.
Otras veces es la decisión de la otra persona. En ambas ocasiones, nos quedamos
aturdidos. Usualmente, buscamos mil razones y explicaciones del por qué la relación
no funcionó y buscamos como hacernos culpables del fracaso.
Luego de la ruptura muchos nos damos la tarea de sanar
las heridas. Buscamos refugio en amistades, familiares, grupos de apoyo,
terapeutas o simplemente nos aferramos a que el tiempo sea nuestro aliado para
la sanación.
Sin importar la razón por la cual haya sucedido la separación
o ruptura, como quiera que sea, siempre tenemos, en mi opinión, dificultad para
soltar y cerrar capítulos. ¿Por qué? Por mi experiencia, buscamos como quiera
que sea el perdón, aprobación y la certificación de que somos buenos de la
persona la cual ya no se encuentra en nuestras vidas. Queremos que esa persona
nos diga que somos buenos y que nos persona por las acciones malas que
cometimos. Que realmente no importa lo que pase nos va a seguir queriendo. También,
que nos diga que no importa la distancia vamos a seguir conectados de alguna
manera. Una pequeña parte de nosotros se alimenta de estas ilusiones aun cuando
no hay ninguna señal de que sea cierto. Y
así podemos permanecer días, meses o años.